Leyendas y Mitos

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miércoles, octubre 11, 2006

El Puente de los Perros

No viene al caso señalar los defectos de los campechanos, que son muchos, como corresponde a toda comunidad tropical heredera de una tradición que le permite vivir a costa del recuerdo; pero tampoco está de más mencionar que los alegres descendientes de una pintoresca mezcla de indígenas, comerciantes y piratas cultivan algunas virtudes singulares que, en el plano político, les han proporcionado siempre una estabilidad envidiable.

Efectivamente, lo que en otros lugares se resuelve por medio de conflictos sangrientos, porque nadie está dispuesto a que su gremio sea humillado –y de las discusiones se pasa a las trompadas y a los garrotazos-, en Campeche se trueca en un mimetismo que ya quisiera para su coleto el más consumado camaleón. Y es así como, en tiempo de colonias, los porteños eran peninsularistas, y hasta los caballos pertenecían al partido español; en la época de la efervescencia insurgente, eran casi rebeldes; bajo la República, republicanos; durante el efímero imperio de Iturbide, monárquicos; y, cuando se enteraron de que la estrella del futuro Su Alteza Serenísima empezaba a fulgurar, se declararon satanistas. Esto último no obsta para que, en 1830, y para evitar fricciones innecesarias y tópicos mal entendidos, los campechanos fuesen paulistas; por aquello de que el comandante militar de la plaza, cuñado del esforzado caudillo veracruzano, se llamaba Francisco de Paula Toro, y porque sonaba más eufónico ese término que el de toristas.

Don Pancho, en su calidad de jefe castrense de Campeche, no se sabe si poseía atribuciones administrativas propias del poder civil o se las tomaba por su cuenta; pero el hecho es que compartía la autoridad con el gobernador Don José Segundo Carvajal quien, nada celoso de los militares, prefería dejar a Don Francisco actuar, toda vez que el coronel se distinguía por su espíritu de progreso. Pues bien, quizá procurando la ventura de los campechanos, o por dar satisfacción a los deseos de su mujer, la virtuosa Doña Mercedes López de Santa Anna de Paula Toro, que gustaba de los paseos dominicales en el campo, héte que el comandante dispuso un día construir un puente sobre el canal de desagüe del suburbio de Santa Ana, vecindad a la que Doña Mechita le tenía particular afecto nacido probablemente de la homonimia.

Recibió el encargo de realizar la obra el afamado alarife Don José de la Luz Solís, que fue también al arquitecto de la Alameda; y en pocos meses, gracias al empeño y la diligencia del experto maestro, el puente quedó casi listo. Como se anotó Doña Mercedes era aficionada a pasear por la campiña; y en cierto ocasión llegó, en compañía de su marido, a inspeccionar los trabajos del puente. La señora se mostró entusiasmada con la mejora material, y creyó prudente comentar que, además de que sería de indudable beneficio para los habitantes del barrio, a ella le serviría de viaducto para disfrutar de un acogedor rincón de descanso en medio del monte. Examinando lo contraído, atrajeron su atención los cuatro extremos en que el puente remataba, por lo que preguntó al alarife: -¿Quiere usted decirme, Don Pepe, para qué son los remates del puente?
-Tengo instrucciones de mi coronel aquí presente –contestó el aludido-, de colocar sobre los remates cuatro hermosos pebeteros, que han pedido a México y se encuentran ya en camino, y que simbolizarán respectivamente el fuego inextinguible de la ciencia, del arte, del pensamiento y del amor.

Después de oír tales palabras, la señora de Torno no preguntó más, pero guardó un silencio reflexivo.

Transcurridos algunos días doña Mercedes, acompañada de un aya, se apeó de su carruaje frente al puente en ejecución, y tras ella bajo un mocetón que a duras penas sostenía una traílla a la que estaban sujetos dos magníficos e imponentes mastines.

Dirigiéndose a Don José de la Luz, la primera dama interrogó: -¿Qué le parecería las estatuas de Aníbal y Alejandro para rematar el puente?
A lo que respondió Don José: -Señora, creo que serían unos remates admirables; y, por otra parte, estarían acordes con la profesión de mi coronel, ya que tan augustos personajes fueron grandes guerreros.
Dijo Doña Mechita: -No me he explicado claramente, Don Pepe; yo no estoy hablando de esos conquistadores franceses (Doña Mechita no era muy versada en historia universal) sino de perros, los que ve usted aquí; ¿no cree que quedarían soberbios como remates del puente?.
Aunque cortesano, el señor Solís, que comprendió la intención de la de Toro, se atrevió a replicar: -¡Pero, Doña Merceditas! ¡No pretenderá usted que se modifique el proyecto de mi coronel! ¡El ha dicho que los pebeteros adornarán el puente, y que serán el símbolo de la constante aspiración de los campechanos, no importa que sean de este barrio, hacia lo alto! ¡Además, los pebeteros llegarán en el próximo barco!
-Mire usted, Don Pepe –repuso Doña Mercedes-, yo respeto mucho a mi esposo y sus ideas, pero también adoro a mis perros; y se me ha ocurrido que especímenes de raza tan pura y majestuosa como Aníbal y Alejandro deben pasar a la posteridad, y nada mejor para ello que aprovechar los remates del puente.
Y agregó: -Le ruego, y conste que no acostumbro hacerlo, que en lugar del proyecto original, usted que es un escultor consagrado, se ocupe de modelar cuatro figuras de mis mastines en actitud de ladrar, para que, ya puestos en su sitio, ejerzan la vigilancia permanente de la ciudad. Estoy segura de que de sus hábiles manos saldrán los perros más bellos que jamás ha esculpido ningún artista!.

Halagado por haber sido ascendido de albañil a escultor, Don José de la Luz ya no respingó, y prometió a Doña Mercedes que atendería su súplica.

Gananda la escaramuza por el lado del obrero, la dama se encaminó a ver a sí consorte; y ya de frente a él le dijo estas palabras, después de haber preparado con un cariñoso beso: -Panchito, hoy recibí carta de mi hermano Toño, y me ha recomendado que yo te salude con un fuerte abrazo. De esas cosas de política que no entiendo, dice que pronto substituirá al general Bustamante (éste era, en 1830, el Presidente de la República), y que yo te lo informe. Y también preguntó por Aníbal y Alejandro, los que, recordarás, él me obsequió; y me dice que le agradaría especialmente que se pusieran esfinges de los mastines en el puente en construcción.
Don Francisco: -¡Mechota, querida mía, no faltaba más! No era necesario que le hablaras a Antonio del puente; basta que tu voluntad sea que las estatuas de tus perros se coloquen allí para que se cumpla tu deseo; y así se hará. Pensándolo bien, serán más artísticos los canes como remates del puente que los pebeteros. ¡Ah! Y cuando le escribas a tu hermano, dile que no se olvide de nosotros.

En esa forma, Aníbal y Alejandro, reproducidas por partida doble, quedaron perpetuados en piedra en el puente del cuento; aunque no salieron imponentes de la mano del escultor; ni su actitud se antoja de ladrido vigilante sino de lúgubre lamento causado por la visión de un alma en pena.

El puente fue inaugurado con el nombre de Puente de la Merced, según una placa conmemorativa en la que se lee la siguiente inscripción: “Año de MDCCCXXX. Se construyó este puente con el título de la Merced de Santa Ana, bajo la dirección del Alarife D. José de la Luz Solís”.

El gobernador Carvajal mandó poner otra placa en el ya desde entonces llamado Puente de los Perros, con la siguiente leyenda: “MDCCCXXX. Se hizo por disposición del Señor coronel C. Francisco Toro, habiendo contribuido en unión de todo el partido, esta benemérita guarnición gratuitamente a su construcción y la de la alameda. A pueblos tan virtuosos militares tan recomendable, José Segundo Carvajal reconocido, dedica este documento.
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sábado, octubre 07, 2006

El mono de la quebrada blanca

Cerca de san Juan de Colon, en un lugar llamado Peronilo había una hacienda semejante a un paraíso. Árboles frutales rodeaban la casa y más allá cafetales, palmas, palmas variadas y por entre peñas se deslizaban susurrante la Quebrada Blanca, de aguas frescas y limpias.

.- La señora Teresa envió a su hija Gladys con la muchacha del servicio a recoger unas chamizas secas entre los cafetales. Las dos niñas se entretuvieron cogiendo palitos secos mientras hablaban. Distraídas no se dieron cuenta que se habían alejado de la casa. Se disponían a tomar agua en la quebrada cuando vieron asustadas que detrás de unas rocas un mono corpulento y peludo les hacia señas con las manos de que se acercaran. Su cabeza casi humana, de cabellos largos y enmarañados le tapaban los ojos y la cara. Con gestos la llamaba insistentemente y lanzaba unos sonidos guturales que querían ser expresivos:

.- Uuuuuuuhh... Uuuuuuhh.... Uuuuuuhh...

.- Las dos niñas salieron corriendo y llegaron a la casa azoradas. Una vez que se hubieron tranquilizado le contaron a doña Teresa que habían visto un mono grande peludo detrás de las rocas. Doña Teresa no hizo ningún comentario, esperaría a la noche cuando estuvieran todos reunidos.

.- después de la cena, cuando la familia, los peones y los criados de la hacienda se reunieron en el pórtico de la casa, doña Teresa comento:

.- Esta mañana cuando las niñas Gladys y Rosalba buscaban chamizas, se llegaron hasta las rocas de la Quebrada Blanca. Detrás de una piedra vieron la cabeza de cabellos largos y revueltos como una tela de arañas que le cubría los ojos. Era alto. Sus ojos apenas se veían pero sus ademanes y gritos guturales eran semejantes a los humanos. Y continuo:

.- Desde hace muchos años se comenta en esta zona la historia de Mariela. Era una muchacha joven y sencilla, bella y lozana como las flores de nuestras montañas. Sus dieciocho años lucían en todo su esplendor. Un día fue a lavar la ropa a la quebrada y desapareció misteriosamente. Sus hermanos encontraron la ropa lavada en una piedra de la orilla, pero de Mariela no pudieron saber nada. Desapareció sin saber como y nadie pudo averiguar su paradero. La buscaron por todas partes, la llamaron, pero todo fue en vano.

.- Mariela había terminado de lavar la ropa y se dio cuenta que la observaban, levanto la cabeza y vio un mono corpulento y peludo que la alzaba y se la llevaba montaña arriba. Fue tal su estupor que no tuvo fuerzas para gritar ni para desprenderse de los poderosos brazos que la raptaban. Corrían entre los palmares montaña arriba y no se detuvo hasta llegar a una cueva que tapaba su abertura con una enorme piedra y gran variedad de palmeras. Desde lejos nadie podía imaginar que allá arriba hubiera un espacioso y caldeado recinto. Las paredes eran roca caliza y a un lado había una hendidura por donde penetraba la luz y el aire. En un rincón había un montón de hojas y ramas secas, semejantes a un mullido colchón. Al otro lado frutas frescas: dátiles, cambures, mamones, aguacates y mangos.

.- Mariela se dio cuenta de la situación. Esa seria su casa y no sabia por cuanto tiempo, seria difícil escapar de las redes del simio. Este le decía por señas que comiera fruta. Le trajo un racimo de mamones y la empujo suavemente hasta el montón de hojas y la sentó.

.- Paso mas de un año, la familia de Mariela la daba por muerta. No se imaginaban que ella estaba a pocos kilómetros de su casa, secuestrada por un mono que la mimaba y vigilaba con celo. Todos los días le traían frutas frescas y de vez en cuando prendas de ropa que cogía sin ser visto, de los tendederos en las haciendas cercanas. Ella había intentado escaparse, pero sin resultados. El mono vigilaba todos sus movimientos y cuando salía de la cueva volvía encendida. No había caminos ni senderos y todo a su alrededor parecía igual. Cerca había un manantial que iba a la quebrada. Allí iba a bañarse Mariela y a tomar agua. Cogía hojas anchas y escribía con un palito:

.- "Soy Mariela, estoy secuestrada por un mono grande en una cueva del cerro Los Palmares. Por favor, vengan a buscarme".

.- Este mensaje lo escribía todos los días con la esperanza de que alguien lo leyera. Así pasaron los meses.

.- Sintió que su cuerpo iba perdiendo la forma y algunas veces sentía mareos. Al cabo de unos meses dio a luz dos monitos.

.- Un grupo de muchachos pescaba en un pozo del río. Uno de ellos tomo una hoja amarilla con una escritura borrosa y descifrando el mensaje pudo leer:

.- "Soy Mariela, estoy secuestrada por un mono grande en una cueva del cerro Los Palmares. Por favor, vengan a buscarme".

..- Paso la hoja a su amigo y siguieron pescando. Se olvidaron del asunto. Días después el mismo grupo de amigos se bañaba en el río. Uno de los jóvenes encontró otra hoja verde con el mismo mensaje. Cuando se la iba a mostrar a sus amigos estos le enseñaron otras con la misma leyenda.

.- Notificaron a las autoridades y organizaron una expedición río arriba. Al llegar a la Quebrada Blanca estuvieron indecisos si seguir curso del río o el de la Quebrada. Conversando un rato y luego pensaron que la Quebrada venia de un cerro Los Palmares. Acamparon a la orilla y al amanecer continuaron la marcha en ascenso. La vegetación tupida por multitud de variedades de palmas, desde la enana hasta la corpulenta.

.- Cerca de la naciente encontraron a Marisela lavándose. Su cuerpo delgado y frágil no lucia la frescura de tiempos atrás. Su cabello greñudo y su tez pálida dejaba traslucir su mala alimentación. Los miro asustada.

.- Ellos preguntaron:

.- ¿ Eres Marisela?.

.- Si, - dijo.

¿ Cuanto tiempo llevas aquí?.

.- No lo sé, mucho tiempo.

.- ¿ Y el mono?.

.- Debe estar por ahí cerca, sale siempre a las montañas a buscar frutos para nuestra alimentación. Si los ve se pondrá furioso, tengan cuidado, es corpulento y fuerte.

.- ¿ Donde has vivido durante este tiempo?.

.- Allá arriba. Detrás de aquella piedra hay una cueva, allí hay un espacio seco y tibio; de día y de noche tiene una temperatura agradable.

.- Venimos a buscarte ¿ Vienes con nosotros?.

.- Sí

.- ¿ Vamos?.

.- ¡ Vamos. ! Y levanto la cabeza en dirección a la gran piedra.

.- En esos momentos llegaba un gran primate. Al verlos comenzó a gritas desaforadamente a la vez hacia gestos. La cabellera enmarañada le caía sobre la cara y un tupido pelo le cubría todo el cuerpo. Cuando se dio cuenta de que se llevaban a Mariela fue a la cueva y saco a los dos monitos. Los levantaba y emitía sonidos guturales, así llamaba la atención de Mariela para despertar sus sentimientos maternales. Como ella y los jóvenes prosiguieron la marcha cogió a sus hijos y con las uñas los desgarro, luego ensangrentado, los mostraba a la muchacha. Mariela horrorizada seguía caminando casi sin fuerzas. El mono seguía gritando y desgarrando a sus hijos que luego levantaba. Ellos siguieron su camino. Mariela se desmayo y se la llevaron alzada hasta el pueblo. Con la mala alimentación y el sufrimiento había perdido sus fuerzas. No le quedaba nada de la frescura y lozanía de tiempos atrás.

.- Cuando doña Teresa termina el relato todos quedaron mudos. Sabían que por aquellos contornos desde hacia muchos años merodeaba un mono de gran tamaño. Historias como esta se las había escuchado a sus padres y a sus abuelos.
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miércoles, octubre 04, 2006

Dos Cosas

1. Muchos visitan este blog pero nadie comenta.. Que les parece si comentan un poco y discuten acerca de las leyendas que aqui se ponen.

2. Si alguien esta interesado en escribir Leyendas o simplente le gusta este blog y le gustaria ser parte de el poniendo leyendas que ya exsiten, solo tienen que escribir a rufoblog@gmail.com

Gracias y sigan visitando Leyendas y Mitos, estamos recibiendo mas de 200 visitas diarias, si quieren intercambiar enlaces no me opongo, solo pidanlo. Tambien visiten mis otros blogs Fotos de los Mejores Carros y Noticias de Tecnología que estan muy buenos.
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martes, octubre 03, 2006

La Leyenda del Jinete sin Cabeza

La leyenda del jinete sin cabeza tiene un punto de partida portentoso, de tintes draculianos. Está ambientada en 1799, y si bien arranca en Nueva York, los vientos, las brumas y los cielos ominosos de Sleepy Hollow, a muchas millas de la Gran Manzana, ganan prontamente el centro de la escena. El detective Ichabod Crane (Johnny Depp) se interna en esa oscuridad –tan semejante a la de Transilvania– tras los pasos de un asesino serial que tiene en vilo a los lugareños. El patrón de la masacre es espeluznante: todos los cadáveres están descabezados. Los locales están convencidos de que un jinete legendario, que murió decapitado, es el autor de los crímenes. Lejos de amenguar con la llegada del policía, el raid sangriento se incrementa. Y el jinete sin cabeza empieza a ostentar su temeraria efigie por las cercanías.

Alguien dijo que el que escribe un gran poema es un gran poeta, y ha de ser así. Tim Burton es un gran director. Ahí está Ed Wood y, por si fuera poco, Marcianos al ataque. Pero también es un director muy desparejo. Acá tropieza con toda clase de problemas, la mayor parte de los cuales podrían considerarse "típicamente hollywoodianos". El primero, el más constante, es que el perfil de Ichabod Crane no comulga ni de carambola con el tono de la trama. Esta es mayormente grave, a la altura de las horrendas muertes referidas con antelación. La actuación de Depp, en cambio, parece concebida para otro film, seguramente una comedia, y es de una ligereza tal que resulta imposible tomárselo en serio. Por supuesto que no es casualidad. Burton lo quiso así, acaso para contrapesar los tramos más truculentos. Pero la cosa no funciona. Y no sólo porque Depp hace al único gracioso, y por lo tanto desentona, sino porque todos o casi todos los chistes que lo rozan hacen vibrar la misma cuerda: su fragilidad. Verlo asustadizo como un pollo puede ser cómico la primera vez, jamás la décima. Y esto sepulta de antemano la posibilidad de acompañarlo después, mucho después, cuando la mano de Burton lo coloque nuevamente en el lugar que ocupaba al comienzo: el de un hombre cabal decidido a cumplir con su tarea.

Por supuesto que el humor puede ser incluido, y bienvenido, en una historia de terror (¡vean La momia si no!). Este mismo film ofrece un buen ejemplo: el detective Crane se considera un "hombre de ciencia" –adhiere al racionalismo por momentos con impertinencia– y recurre a los más absurdos adminículos para llevar a cabo sus diligencias forenses. Pero una cosa es ver a un detective examinando un cadáver con un monóculo payasesco, y otra verlo como un payaso a él. Este Ichabod Crane es el peor que podía tocarle a La leyenda del jinete sin cabeza; degrada su condición terrorífica sin elevarla como comedia. Algo parecido sucede con los rasgos más concretos de este "horror": ruedan tantas cabezas que, al rato de andar, producen el efecto del pastor que gritaba falsamente la presencia del lobo. Nadie se la cree.

Hay muchos otros ingredientes en Sleepy Hollow (tal su nombre original) y ninguno, hecha excepción de la escenografía, los efectos especiales y la fotografía (¡esto hay que decirlo!), da en el blanco. Ahí está Christina Ricci, ese "símbolo del tercer milenio"... haciendo la doncella dieciochesca. ¡Qué afectada! Si hasta parece una colegiala recitando de memoria a Shakespeare para una fecha patria. Y no le han dado un papel menor sino el de Katrina Van Tassel, hija del hombre más acaudalado de la zona y festejante, o algo así, del detective neoyorquino. Algunos críticos quisieron ver en el contrapunto entre el "cientificismo" del protagonista y el "espiritismo" que ronda al jinete y su leyenda un hallazgo sublime, pero mejor sería llamar a las cosas por su nombre. El contrapunto es de lo más raquítico: de un lado el payasesco apego por la ciencia del personaje de Depp; del otro, una saga criminal-fantástica recostada largamente en los efectos especiales y absolutamente hermética. Es decir, insustancial.

Esto nos lleva al desafío fundamental que enfrentaron Burton y su guionista al acometer la novela de Washington Irving. A diferencia del conde Drácula (entre otros), el jinete sin cabeza está floja o nulamente inserto en la memoria colectiva. Además de nutrirse del mito del decapitado-decapitador, el film, de alguna manera, tenía que fundarlo. Y esto es difícil, claro. Pero no imposible. Pienso en la estupenda Vampiros, de John Carpenter, que tenía a un mito poderoso, y muy famoso, en el que recostarse. A diferencia de La leyenda del jinete sin cabeza, Vampiros podría haber sido una buena película sin necesidad de fundar o refundar nada. Pero Carpenter fue mucho más allá. Combinó las populares leyes que rigen desde siempre a los muertos vivos con otras de su propia cosecha, de una potencia y una coherencia arrasadoras. ¡Cuánta distancia!

La última –en todo sentido– clave de La leyenda... es una verborragia que hoy en día pocas, muy pocas películas se permiten. No hay un solo dato importante de la trama que no surja de engorrosas chácharas "orientadas" al espectador (sólo faltó que los personajes mirasen a cámara). Cada nuevo avance en las investigaciones de Ichabod Crane está presidido por copiosas explicaciones de esas que, más que aclarar, oscurecen, manifestando la profunda incapacidad del guión para generar las imágenes que hubieran debido reemplazar a las palabras.

¡Ay, Hollywood!

Guillermo Ravaschino
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